Sumario:
I. El golpe final, por José Saramago
II. TV: crisis y desinformación, por Luis Linares Zapata
III. Frente a la ceguera del trabajador petrolero, peligran los derechos del petrolero y su propio sindicato
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EL GOLPE FINAL
por José Saramago
(publicado en El Cuaderno de Saramago, http://cuaderno.josesaramago.org, el 16 de diciembre de 2008)
La risa es inmediata. Ver al presidente de Estados Unidos encogiéndose tras un micrófono mientras un zapato vuela sobre su cabeza es un excelente ejercicio para los músculos de la cara que controlan la carcajada. Este hombre, famoso por su abisal ignorancia y por sus continuos dislates lingüísticos, nos ha hecho reír muchas veces durante los últimos ocho años. Este hombre, también famoso por otras razones menos atractivas, paranoico contumaz, nos ha dado mil motivos para que lo detestásemos, a él y a sus acólitos, cómplices en la falsedad y en la intriga, mentes pervertidas que han hecho de la política internacional una farsa trágica y de la simples dignidad el mejor objetivo de la irrisión absoluta. Verdaderamente el mundo, a pesar del desolador espectáculo que nos ofrece todos los días, no merece un Bush. Lo hemos tenido, lo sufrimos hasta tal punto que la victoria de Barack Obama ha sido considerada por mucha gente como una especie de justicia divina. Tardía, como en general es la justicia, pero definitiva. Pero todavía nos faltaba el golpe final, nos faltaban esos zapatos que un periodista de la televisión iraquí lanzó sobre la mentirosa y descarada fachada que tenía enfrente y que pueden ser entendidos de dos formas: o esos zapatos deberían tener unos pies dentro y el objetivo del golpe sería la parte curva del cuerpo donde la espalda cambia de nombre, o entonces Mutazem al Kaidi (quede su nombre para la posteridad) encontró la manera más contundente y eficaz de expresar su desprecio. El ridículo. Um par de puntapiés tampoco estarían mal, pero el ridículo es para siempre. Voto por el ridículo.
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TV: CRISIS Y DESINFORMACIÓN
por Luis Linares Zapata, secretario de Desarrollo Económico y Ecología del gobierno legítimo de México
(publicado en La Jornada el 17 de diciembre de 2008)
La distancia entre el quehacer político de la elite nacional y el sentir popular se ha hecho tan profunda que ya no se reconocen mutuamente. La llamada clase política se regodea en sí misma y sólo atisba a su íntimo derredor, ya sea de intereses empresariales o de control y progreso burocrático. Fenómeno similar le está sucediendo al aparato de comunicación establecido (radiotelevisión) respecto de sus auditorios. La ausencia de temas que recalen en la conciencia colectiva es notable, sobre todo en estos días de crisis generalizada. Pero también dicha distancia se agudiza por la inclusión cotidiana, en los medios electrónicos sobre todo, de abundantes dosis de desinformación. Esa especie de paliativos momentáneos que nublan la percepción de la mayoría.
Esquivar la vertiente interna de la crisis económica se ha vuelto un torneo entre los comunicadores y sus medios. Nadie habla en ellos de devaluación, aunque el peso haya caído, sólo en meses recientes, 30 por ciento. Menos aún de una estructura productiva desarticulada que debe importar aún lo estrictamente necesario (alimentos) para beneficio de las trasnacionales del sector. Mejor transmitir tranquilidad, no alebrestar al populacho, pues la carestía no es tan grave (apenas 4 por ciento anual, según el Banco de México) y los salarios no pueden ser elevados más allá de una inflación proyectada a voluntad de los conductores del país.
Se nota que hay urgencia por reponer el caduco sistema financiero, ése que empinó la crisis actual y cuarteó la credibilidad en los centros de poder del imperio. Para eso se reunieron durante la celebración del mercado de valores: no cambiar lo obsoleto fue la instrucción desde lo alto. Mesura: los derivados son instrumentos indispensables, concluyeron banqueros y demás usufructuarios. Los intereses y las comisiones bancarias no son agio; son realidades impuestas por el mercado, siguen afirmando con inaudito cinismo depredador de las economías familiares e individuales. La misma voz de alerta del Fondo Monetario Internacional contra seguir incrementando las desigualdades parece condenada al olvido y el destierro de las mesas de los abundantes analistas a modo.
No pasa un simple día sin que en los noticieros televisivos o radiofónicos se incluyan abundantes notas altisonantes, escándalos (fabricados o no), vendettas interesadas de los conductores y los propios medios o tontas notas de color de elevada sensiblería que, en conjunto, actúan como distractores de la realidad imperante. Un modo harto conocido de no ocuparse de lo que importa o afecta los intereses monopólicos y de las metrópolis.
Los mismos reportes de la violencia imperante son tratados sin que se atente, siquiera, algún dato que auxilie al ciudadano para darle contexto o perspectiva a tan bélico acontecer.
La guerra contra el narcotráfico se ha transformado en un penar cotidiano, una serie de horror continuo que parecen no tener fin. El miedo como factor desmovilizador se desprende de las pantallas y los micrófonos con fluidez nada recomendable para la sanidad de la colectividad.
Una rampante ignorancia sobre la negociación entre las autoridades mexicanas encargadas de conducir dicha guerra con su contraparte estadunidense es regla común. ¿O es que no hubo negociación previa sobre el tráfico de armas, información precisa del terreno de lucha, de los enemigos de la sociedad, de su capacidad destructiva, de la cuantía y canales de flujo de sus recursos en ambos lados de la frontera? ¿Alguien ha examinado en la televisión o la radio las condiciones prevalecientes en los lugares de donde provienen tantos mexicanos que se matan entre sí? ¿Cuántos matones más saldrán a las calles a disparar obedeciendo órdenes, dada su disposición a tan cruento oficio? ¿Cómo contener esta sangría de juventud? Son sólo algunas preguntas que no se oyen en la radiotelevisión.
Locutores y comentaristas se ocupan, hasta el cansancio y mayor detalle, de ciertos asuntos trascendentes: los chuchos, la izquierda partidaria moderna, constructiva; la presumida falta de unidad del PRD; (ahora una modalidad del fraude) AMLO y sus ambiciones que rechaza 50 por ciento de los electores según encuesta desconocida, pero difundida con relieve amigo.
A veces aparecen en las pantallas, para el espanto de inversionistas locales, fraudes superbillonarios allá lejos, en la Nueva York de las impecables reglas del juego, las calificadoras impolutas y las autoridades alertas, siempre vigilantes del bienestar del inversionista pequeño para que no sea engañado por los tiburones famosos.
Qué decir de los sepelios, narrados con voz entrecortada, condolida, de conocidos jóvenes inmolados por el crimen y la complicidad o la negligencia de las policías. Todo un universo de desinformación al alcance de los empresarios de la comunicación masiva metidos de lleno en el tráfico de influencia o en la defensa de sus posiciones de clase y grupo. Ya para qué hablar de aquellos que le atoran al chantaje y las campañas de ataque frontal, personalizado hasta el descaro, directo sobre ciertos actores políticos para mutarlos en benefactores (ley Televisa).
Las mismas alertas que lanzó el empresario Carlos Slim fueron minimizadas en la difusión. No pretendían éstas defender al desvalido en su vertiente de expoliados consumidores de la banca o de servicios y bienes públicos, sino prevenir a los de su entorno, a sus colegas, contra los devastadores efectos electorales que ocasionará entre la población la crisis en proceso.
Y más quieren alertar, desde la cúspide, sobre aquellos (en preciso aquél: AMLO) que pueden salir beneficiados (la izquierda) con ella. 2009 no será un año de réditos electivos para las elites y menos para el desgobierno del señor Calderón, los panistas y sus aliados en el Congreso. La ciudadanía está consciente de los daños que se le ocasionan, del desamparo en que se le deja, de la ausencia de redes protectoras, (eliminadas con alevosía) de programas para atemperar esos daños que, según se dice, provienen de fuera. Sólo ven pasar los recates a los poderosos, a los compadres, los cómplices de siempre.
Para el hombre de la calle, la mujer trabajadora, el joven disponible, el anciano, el pequeño industrial, el estanquillero, el agricultor de escala reducida, el albañil desempleado o el milpero empobrecido sólo habrá ralos sobrantes del banquete al que realmente nunca han sido invitados.
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FRENTE A LA CEGUERA DEL TRABAJADOR PETROLERO, PELIGRAN LOS DERECHOS DEL PETROLERO Y SU PROPIO SINDICATO
(publicado en La Catorcena, la_catorcena@hotmail.com, el 14 de diciembre de 2008)
Desgraciadamente en su gran mayoría, el trabajador petrolero no se preocupa y menos se ocupa por informarse de temas fundamentales para el país. ¿Sabe en qué quedó la reforma energética?, tema vital para todos los mexicanos pero más para ellos.
Los medios masivos de información monopolizados por los propietarios de Televisa y TV Azteca han jugado un papel muy efectivo en la desinformación. El Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) no emitió el mínimo comunicado con su postura ante la reforma energética. Pero, ¿esto justifica el conformismo del trabajador sindicalizado petrolero?
Cómo nos controlan, como nos destruyen
Los charros sindicales han sabido controlar al trabajador de múltiples formas: psicológicas, económicas y físicas.
Por ejemplo, han hecho creer que le están haciendo un favor al gestionarle el cumplimiento de sus prestaciones (fichas para sus hijos, préstamos, vacaciones, etc.).
El funcionario sindical sabe de las debilidades del trabajador petrolero: insolvente económicamente, asfixiado en el mal hábito del consumismo, endeudado irracionalmente con las tarjetas de crédito, cajas de ahorro y agiotistas. Saben que el trabajador recibirá su catorcena sólo para transferirla a sus acreedores y que cualquier prestación que le suspenda lo meterá en grandes problemas. Lo tiene en sus manos.
Finalmente, el trabajador mientras tiene trabajo se siente ajeno a las consecuencias de la política neoliberal. Como si vivieran aislados piensa que ya la tiene librada, argumentando que tienen más de 20 años de antigüedad como fecha mágica que lo protege de todo riesgo o abuso laboral. Está cegado.
Como la ranita que meten al agua tibia y la disfruta sin darse cuenta de que no tardará en hervir, por lo cual no reacciona y no se sale. Cuando lo quiera hacer ya estará cocinada, sin ninguna posibilidad de impedir ser sacrificada.
Muchos trabajadores no ven lo que ocurre frente a sus narices, no ven como crece por miles el número de trabajadores mal pagados de compañía con salarios de hambre, sin estabilidad en el empleo, sin derechos laborales y menos sindicato. No ven que a sus centros de trabajo llega a hacer sus labores gente uniformada de azul o rojo y que ellos se van quedando cada vez más como espectadores, y que pronto serán ninguneados, y que pronto serán prescindibles y no tendrán argumentos para exigir su materia de trabajo.
Precisamente, estas nuevas relaciones laborales son consustanciales a la Reforma Energética.
A reaccionar, a recuperar nuestra organización sindical
Primero que nada informarse. Pero no hablamos de comprar periódicos alarmistas o amarillistas; sino que cada trabajador, por lo menos, debería de tener y leer la Constitución Mexicana, la Ley Federal del Trabajo, el Contrato Colectivo de Trabajo y los Estatutos del sindicato.
También deberían de releer la historia de México o la historia del sindicalismo petrolero. Parece pedir mucho, más si tomamos en cuenta que en su gran mayoría apenas terminaron la primaria, amen que tampoco se tiene el hábito de la lectura. Pero es poquísimo si se entiende que el conocimiento es la más importante arma de defensa.
Estas lecturas nos abrirán de nuevo los ojos: nos harán saber que no sólo tenemos obligaciones para con el sindicato sino también derechos que nos están despojando. Ya no mendigaríamos al delegado, al funcionario o al secretario general sino que solicitaríamos que se cumplan puntualmente nuestros derechos, incluso exigiríamos que quien administra nuestras cuotas en el sindicato cumpla su función eficazmente o se haga a un lado.
En segundo lugar, ser congruentes con nuestros principios y nuestra familia. El trabajador en su entorno familiar es un educador, una guía moral, quien inculca valores y principios, un cobijo (ahora le dicen el proveedor); todo para formar a sus hijos como un ser feliz, de provecho, respetuoso y capaz de hacerse respetar.
Les daría vergüenza a estos trabajadores si sus hijos o esposa los vieran cómo se denigran ante los funcionarios y ya no se diga ante el secretario general de las diferentes secciones, cómo son serviles al referirse a ellos como “el patrón”, “el hombre”, “el jefe”, etc.) y cómo nosotros mismos provocamos que esos charros abusivos se crezcan, inflen su ego y convicción de poder para patearnos y abusar sin miramientos.
En tercer lugar, meditar sobre el futuro inmediato de nuestros hijos, dejar el conformismo. Muchos trabajadores están conscientes de que los están despojando laboral y económicamente y se mantienen calladitos y sumisos pensando que así no les tocará. ¿Qué no nos damos cuenta de que cada vez son más los jóvenes, y entre ellos alguno de nuestros hijos, que aunque hallamos invertido en su educación superior no encuentran en donde ejercer su carrera, ni siquiera trabajo?
Cuarto y lo más importante: Poner en orden nuestro sindicato. Recuperarlo.
Hoy el STPRM no representa a la clase obrera: lo mutila, lo denigra e impide el desarrollo económico y laboral y familiar. Por ignorancia o por complicidad permiten que se impongan las políticas neoliberales y sus reformas con las que desmantelan la plantilla laboral de Petróleos Mexicanos. Todos sabemos que las compañías que realizan trabajos para la paraestatal cada vez abarcan mayores áreas que el trabajador sindicalizado desempeñaba con amor a la camiseta y eficazmente.
Los charros en el STPRM permiten la llamada privatización progresiva y también resquebrajan los cimientos del sindicato. No esperemos a pronto sufrir la experiencia de nuestros hermanos mineros. Con el pretexto de combatir a un sindicato denigrado por charros como los Napoleón Gómez, los patrones apoyados por el secretario del Trabajo, el de Gobernación y las televisoras destruyen la única organización capaz de defender su presente y su futuro.
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