Ciudad de México, 6 de mayo de 2009
Servicio informativo núm. 686
Sumario:
I. Saldos del modelo al descubierto, por Luis Linares Zapata
II.
III. El decreto de Calderón, por Laura Itzel Castillo
IV. Decreto inconstitucional, por John M. Ackerman
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SALDOS DEL MODELO AL DESCUBIERTO
por Luis Linares Zapata, secretario de Desarrollo Económico y Ecología del gobierno legítimo de México
(publicado en La Jornada el 6 de mayo de 2009)
La presencia del oficialismo en los medios de comunicación masiva ha sido, simplemente, apabullante: juzgaron que una pandemia en ciernes no sólo la justificaba, sino que era indispensable. La ciudadanía guardará el concomitante recelo por el exceso y la creciente manipulación. Pero la sociedad ha tolerado, a pie firme, la terrible andanada difusiva de las acciones emprendidas, pues, al menos en un inicio, fueron valoradas como necesarias. Una enorme dosis de miedo ante lo desconocido inundó pechos, conciencias, calles, hogares, plazas y sitios de trabajo. Y el miedo también quedó como sustrato del sálvese el que pueda. Adjunto al proceso, etiología y vicisitudes de la originalmente llamada fiebre porcina (hoy humana o A/H1N1) se fueron sembrando dudas, confusiones numéricas varias, análisis independientes disonantes, críticas rabiosas contra disidentes, fantásticas suposiciones, así como los infaltables apoyos personalizados de los difusores orgánicos de los medios y del gobierno. Pero, al mismo tiempo, se gestaban los antivirus sociales: la resistencia al autoritarismo desatado, la búsqueda de información precisa, cuantificada, consecuente y creíble, así como revisiones de hechos y actuaciones del gobierno federal en el pasado.
La emergencia fue real, no cabe la menor duda ni se ningunea el riesgo inicial. La lentitud para la detección del peligro fue tardía, sin alegato que valga para disculparla. Se estaba frente a una cepa mutante desconocida y la literatura de la infectología, que circulaba por el mundillo especializado, apuntaba, con creciente urgencia, hacia una feroz pandemia de inminente surgimiento. La reacción del gobierno, aun con su escasa información y previsiones, fue drástica y se prendieron las alarmas, tanto en organismos mundiales (OMS) como en los centros de salud y poder de los países. Días después, el panorama quedó despejado. La naturaleza del virus de origen porcino resultó benigna y la infección se controlaba con los retrovirales existentes.
Las imágenes fantasmagóricas, azuzadas por reportes de plagas bubónicas, pestes negras y catástrofes pasadas, con sus cientos de miles (quizá millones) de infectados implorando ayuda en las calles desiertas o en las afueras de los sitiados hospitales y clínicas, se fueron esfumando con los días. No habría muertos insepultos diseminados por los barrios o pequeñas caravanas de creyentes rezando por sus familiares muertos a la vera de humeantes caminos. Tampoco se verían escenas de violencia reprimidas con bayonetas ante la desesperación y el pánico masivo. Todo se apaciguó tan de súbito como se prendieron las aullantes alarmas mediáticas y las sirenas de las ambulancias, en este caso innecesarias. Los capitalinos se fueron, a pesar de todo y en carretadas, a caleta y caletilla (Aca, Gerrero) y ahí se dieron prolongados baños de asiento colectivos ignorando el peligro al contagio. La clase media acomodada (con su egoísta autosuficiencia a cuestas) se refugió, cómodamente, en sus acostumbrados lugares de descanso en espera de tiempos mejores. Las capas de urbanitas, incapaces de fondear algún tipo de retiro, permanecieron, con sus limitadas facilidades de desahogo, sin mitigar los miedos ya bien injertados en el cuerpo social. Los marginados fueron, como casi siempre, los que quedaron al final de la cola. A ellos les pegó el coletazo de la epidemia, agravada por el inclemente e injusto (al menos para ellos) oficial cierre de llave a sus ya muy precarios recursos de sobrevivencia. El cuadro, entonces, estaba puesto para las pretensiones gubernamentales de aparecer en control de la situación y para su aprovechamiento electoral y de imagen.
Así, la situación se fue clarificando en sus variadas vertientes. Una de ellas de la cual partir es trágica: los únicos muertos de la llamada pandemia fueron connacionales. Y, lo concomitante: el sistema de salud mexicano quedó al descubierto en toda su precaria y hasta criminal existencia. El IMSS y el ISSSTE, columnas del sistema, y como desde hace ya años, incapaces de responder a una emergencia realmente masiva. Las instalaciones hospitalarias públicas mal surtidas de medicamentos, sin toallas suficientes, sábanas raídas y subatendidas por un personal mermado en número, capacitación y sin equipo ni vestimenta adecuados. Los equipos de diagnóstico, sobrepasados, acentuaron su inutilidad para detectar sucesos distintos, fenómenos desconocidos. Pero, y en especial en estos casos de epidemias, enlazados con deficientes procesos informáticos. Los planes elaborados con anterioridad resultaron sin consistencia alguna con la práctica cotidiana. Las inversiones en instalaciones y equipo, como puede fácilmente observarse en la crítica especializada (ver Di Costanzo, La Jornada, 3/5/09, p. 28) reducida a su mínima expresión.
La indolencia de los tomadores de decisión, que corre al parejo de su escasa preparación, ha salido a relucir en la misma Secretaría de Salud (ver currícula del secretario y, sobre todo, de la subsecretaria recién nombrada) sin olvidar a los directivos del IMSS o del ISSSTE (¿qué pasó con el DIF?, por cierto). Todos estos elementos son productos señeros de la incapacidad del panismo para gobernar o de su partidista visión de grupúsculo. Desde el año 2000, la OMS emitió consejos e instrucciones para que se redoblaran esfuerzos en el sector ante pandemias por venir. El panismo los ha desoído y continuó con el desmantelamiento de laboratorios, empresas de antígenos y vacunas y confinó a los otrora eminentes centros de investigación a su mínima expresión, proceso que iniciara, por cierto, el priísmo neoliberal decadente. De lo que presume el panismo, el Seguro Popular, es un adefesio que se monta sobre la precaria infraestructura que se tiene y no ha desplegado una nueva, a pesar de los recursos que se le asignan. Con estos terribles saldos del modelo productivo y de gobierno se apareció el virus porcino. Afortunadamente, esta vez al menos, no fue lo mortal que se esperaba.
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por Miguel Ángel Granados Chapa
(publicado en Reforma el 5 de mayo de 2009)
El primer caso confirmado de influenza porcina fue el de Édgar Hernández, un niño de cuatro años que vive —porque sobrevivió al ataque del virus— en
Aunque pocos días después, el cuatro de abril, se produjo en Oaxaca el que resultó ser el segundo caso confirmado de influenza porcina en México, en la persona de una empleada del SAT que falleció, varias indicaciones apuntan a que fue
Notablemente, el doctor Miguel Ángel Lezana, director general de vigilancia epidemiológica y control de enfermedades de
El brote de neumonía, o de una infección respiratoria semejante afectó en marzo a unas cuatrocientas personas (un número altísimo teniendo en cuenta que en
Carroll es una marca muy conocida en el mercado de carne de cerdo en los Estados Unidos, recientemente adquirida por Smithfield Foods, una empresa que toma su nombre de ese condado en Virginia. Como ha sucedido en otras industrias, las dificultades crecientes de Smithfields para operar en aquel estado de
De la asociación de Smithfields y Aumsa surgió Granjas Carroll, que a partir de los 56 mil vientres que cría y procesa en sus fincas produce un millón de kilos de carne de cerdo, la décima parte del consumo mexicano.
Ubicaron en el municipio de Perote su centro de operaciones y resistieron la presión de los pobladores contrarios a sus procedimientos de fabricación, especialmente las “lagunas de oxidación”, una suerte de enormes bateas con fondo de arcilla donde se depositan los detritus de la piara que crece en cada granja. La exposición al aire del excremento porcino lo elimina, aunque genera un hedor que molesta a los vecinos y, más gravemente aun, libera gérmenes que no pocos habitantes de
Para protestar por eso, vecinos de esa localidad pretendieron el retiro de algunas granjas o que se sometieran a la legislación ambiental. Se movilizaron más de una vez, entorpecieron (que no interrumpieron) el tránsito entre Achichica y Perote y pretendieron comprobar el mal manejo, amontonados en carretillas, de cerdos muertos por enfermedad o aplastados por riñas en las zahúrdas. En connivencia (seguramente unidos en el propósito de asegurar las fuentes de trabajo en el estado, objetivo digno de seguimiento si se completara con la adjetivación de que respeten la ley) la empresa y las autoridades iniciaron en 2006 una persecución contra los líderes de quienes protestan.
Uno de ellos, Guadalupe Serrano, fue detenido con engaños de la autoridad municipal de Perote y está sometido a proceso por ataques a las vías generales de comunicación. En cambio,
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EL DECRETO DE CALDERÓN
por Laura Itzel Castillo, secretaria de Asentamientos Humanos y Vivienda del gonierno legítimo de México
El artículo 73, fracción XVI, base
El diccionario Larousse define indispensable como lo que es absolutamente necesario, lo que no se puede dispensar ni excusar. Sin embargo, el pasado 25 de abril, Felipe Calderón emitió un decreto con base en este artículo constitucional que, según el especialista René Sánchez Galindo, se presta a imprecisiones.
En el decreto publicado en el Diario Oficial de
Es de preocupar que el decreto autorice el ingreso a todo tipo de local o casa habitación para el cumplimiento de actividades dirigidas al control y combate de la epidemia, pero en ninguna parte encontramos de nueva cuenta el término indispensable.
En estados como Oaxaca o Puebla, seguramente se vuelven más riesgosas que el virus AH1N1 las acciones que a nombre de éste se ejercen para violar las garantías individuales de la población.
Frente a la polarización política existente, un fantasma recorre el país: el de la incertidumbre. Naomi Klein, investigadora norteamericana, autora del libro La doctrina del shock, analiza cómo, posterior a los momentos de mayor crisis, es posible imponer las mayores restricciones a la población y encontrar la menor resistencia. Resulta altamente simbólica la imagen del ejército repartiendo tapabocas frente al Palacio de Bellas Artes, la noche del 25 de abril.
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DECRETO INCONSTITUCIONAL
por John M. Ackerman
El sábado 24 de abril, el Ejecutivo pasó por encima de
El decreto presidencial violenta las garantías de libre tránsito y libre asociación, así como nuestros derechos a la privacidad y el respeto de la propiedad. Autoriza a
El decreto permite a José Ángel Córdova Villalobos contravenir el artículo 16 constitucional, que a la letra señala que nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio, papeles o posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento. Esta salvaguarda constitucional es esencial para evitar el abuso de autoridad. Una situación en la que el gobierno pueda ingresar a nuestras casas, interrumpir nuestras reuniones o detenernos en las calles cuando se le antoje, convirtiendo a la totalidad de los ciudadanos en presuntos implicados en algún crimen, nos acercaría claramente a un sistema autoritario.
En el caso de la actual epidemia y en aras de proteger al bien público se justifica la suspensión temporal de algunas garantías. Sin embargo, habría que tener sumo cuidado en que la autoridad no convierta la actual emergencia en un burdo pretexto para consolidar su poder y erosionar los cimientos de la democracia.
George W. Bush, experto en este tipo de ejercicios, utilizó el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 como excusa para fortalecer los poderes de la presidencia y violentar los derechos básicos de propios y extraños. En América Latina también ha sido práctica común utilizar los estados de emergencia para justificar actos abiertamente autoritarios. Alberto Fujimori, en Perú, fue ampliamente conocido por este tipo de acciones, incluyendo la clausura del Congreso de su país.
Atento a estos peligros, los redactores de nuestra Constitución impusieron un par de candados muy sencillos para atender situaciones como la actual. El artículo 29 señala que para poder suspender garantías, el Presidente de
El gobierno busca escudarse en el texto del artículo 73, fracción XVI, bases primera a cuarta de
Asimismo, habría que recordar que el artículo 73 de
Calderón no hubiera tenido ningún problema en conseguir la autorización de los diputados y los senadores para sus medidas de emergencia. El Congreso se encontraba todavía dentro de su periodo ordinario y la clase política en general ha demostrado una gran altura y unidad en su respuesta ante la emergencia sanitaria.
La participación del Congreso hubiera sido muy benéfica, ya que habría dejado que nuestros representantes populares fueran corresponsables de la respuesta del Estado Mexicano a la crisis. Además, le habría dejado claro al Presidente que cualquier abuso del estado de emergencia sería severamente castigado. Pero en lugar de seguir las disposiciones constitucionales, Calderón decidió irse por la libre y de paso abrió un boquete más en nuestro lastimado estado de derecho.
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