por Cynthia McKinney
La autora de este artículo es ex miembro del Congreso estadunidense por el estado de Georgia, ex diputada federal y candidata presidencial independiente por la coalición electoral Power to the People (Poder para el Pueblo); es también promotora del Partido de la Reconstrucción en Estados Unidos. El texto que aquí publicamos nos fue proporcionado en su versión en inglés por la Secretaría de Relaciones Internacionales del gobierno legítimo de México como parte de una serie de expresiones de la solidaridad internacionalista con la lucha del pueblo mexicano en defensa del petróleo; la traducción al castellano es responsabilidad del servicio de noticias ISA.
En abril de 2008 participé en el Segundo Encuentro Continental por la soberanía de los pueblos y contra los tratados de libre comercio, organizado en la Ciudad de México con el apoyo del Acuerdo Internacional de los Trabajadores y los Pueblos. Tuve el honor de ser la primera en tomar la palabra al iniciar este encuentro en el auditorio del Sindicato Mexicano de Electricistas (Antonio Caso, col. Tabacalera).
Mi experiencia en México me abrió los ojos sobre la nueva situación política que enfrenta el pueblo de México y los pueblos del continente.
Aprendí que ahora en México existe un poderoso frente unido en contra del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el cual ha motivado privatizaciones que equivaldrían al robo del patrimonio de México y de sus recursos naturales.
El Congreso mexicano fue cerrado por una verdadera oposición que existe hoy en México. Bush ha observado esto impotente mientras se encontraba en Nueva Orleans con Calderón (el espurio o ilegítimo) el así llamado “presidente” de México, quien no ha cumplido con las expectativas. El proyecto de privatización de Pemex se supone que no ha pasado por el momento. El Congreso mexicano ha suspendido sus sesiones sin aprobarlo. Un punto para el pueblo, pues cuando el pueblo se pone de pie, el pueblo puede ganar. Sólo cuando fallamos o tenemos miedo de ponernos de pie, estamos destinados a perder.
Uno de los principales periódicos en la Ciudad de México publicó una foto de la Cámara de Diputados del Congreso mexicano en la que se muestra una manta, cubriendo la tribuna, y proclamando dicho recinto “Clausurado”. La manta fue colocada por miembros electos del Congreso mexicano que forman parte del Frente Amplio Progresista, quienes se han atrevido a trazar una línea en contra de los proyectos de Estados Unidos, que aspiran a cambiar la legislación para permitir a empresas extranjeras apropiarse de Pemex, la empresa nacional (administrada por el Estado) de petróleo en México.
Las mujeres mexicanas han revitalizado la idea de nación, la idea de la patria. Escribí mi tesis de posgrado sobre la “idea de nación”. Pude ver a las mujeres con sus playeras y sus pañoletas, tan comprometidas con su país, su nación, su identidad. Para ellas esto es el petróleo mexicano, el gas natural, la electricidad, la tierra, el agua, y todo debe ser usado primero y principalmente por el pueblo de México, para su propio desarrollo. Pero, tristemente, la política pública emanada de Washington D.C. es la que amenaza que esto sea posible.
Aunque para contar esta historia de forma más precisa se necesitaría que el conjunto de la prensa estadunidense explicara, en primer lugar, por qué hay indignación entre los ciudadanos, y para decirnos esto tendría que explicar el hecho de una elección presidencial robada, donde una empresa privada estadunidense, en Georgia, probablemente jugó un importante papel al despojar a los ciudadanos de su derecho a votar, y así poder “contar” con estos votos. Bien, aunque esto podría sonar muy parecido a algo que ocurrió en Estados Unidos, particularmente en Florida, en la elección presidencial de 2000; en realidad estoy hablando de la elección presidencial de 2006 en México, en la cual el candidato popular no ganó porque no se contaron todos los votos.
De acuerdo con Greg Palast, la empresa estadunidense involucrada en el proceso mexicano no fue otra que la ahora desprestigiada compañía, con sede en Georgia, Choicepoint. Sabemos que en Florida, Choicepoint, en ese entonces operando como DataBase Technologies, creo una base de datos con aproximadamente 94 000 nombres de “delincuentes convictos” ilegales, muchos de los cuales no eran ni convictos ni delincuentes. Pero si su nombre aparecía en esa lista, no les permitían votar. Greg Palast nos dijo que para la mayoría de los que aparecían en la lista, su único crimen fue “Voting While Black” (no ejercer el voto por “errores” en las listas de votación o en la información que se da a los votantes; esto se debe a manipulación de los datos y a discriminación racial, para influir en los resultados finales. N. de la T.).
Bajo la denominación de un convenio de “contraterrorismo”, el FBI obtuvo expedientes de votantes mexicanos y venezolanos. Palast descubrió, más tarde, en su investigación, que el gobierno estadunidense había obtenido, a través de Choicepoint, los expedientes de los votantes de todos los países que tenían presidentes con ideas progresistas. Muchos mexicanos que acudieron a votar por su candidato presidencial sólo encontraron que sus nombres habían sido borrados de la lista oficial y no les fue permitido votar. Pedro esto no sólo ocurrió en Estados Unidos, en México también, uno podía ir a votar y no estar seguro de que este voto se iba a contar o, aún peor, uno podía demostrar estar debidamente registrado en el padrón, y de igual manera no le era permitido votar.
Creo que ésta es la manera en la que permitimos que nuestro país “exporte” la democracia actualmente.
A diferencia de Estados Unidos en 2000, en Ciudad de México se realizó un plantón de cinco meses, cuando López Obrador, el Al Gore mexicano, se rehusó a claudicar y, en cambio, conformó un gobierno alternativo.
El tema en la elección de México del 2006 fue la privatización del petróleo; y éste es el tema constante que aparece en la política de México actualmente. Al mismo tiempo de las elecciones presidenciales en 2006, maestros de Oaxaca, uno de los estados más pobres de México, comenzaron un movimiento de huelga para solicitar un incremento salarial y manifestarse en contra de la privatización de escuelas. A consecuencia de la mano dura que el gobierno usó en contra de los maestros, cientos de ciudadanos se solidarizaron con ellos y ocuparon el centro de la capital de este estado. Hoy día, después de que México se sumó al movimiento de los maestros y apoyó su causa, lo que aumento la cantidad de presos políticos, los maestros continúan protestando porque no han mejorado sus condiciones y por las represalias que se tomaron contra ellos durante la huelga, y ahora también, los maestros han formado un comité que forma parte de la movilización nacional en contra de la privatización de Pemex.
Fui invitada a participar en esta Segunda Conferencia Continental. La primera Conferencia tuvo lugar en La Paz, Bolivia. En ese encuentro, gente proveniente de toda la República Mexicana y de ocho diferentes países hablaron acerca de sus luchas, sus esperanzas, sus ideales, sus valores, su patriotismo, su deseo de paz y de no más guerra.
Representantes de Chiapas, otro de los estados más pobres de México, nos hablaron de la lucha de los indígenas por su tierra y su derecho a la autodeterminación, de las operaciones militares de “baja intensidad” iniciadas en su contra, y de cómo ahora ellos mismos cuentan como parte de la movilización nacional contra la privatización de Pemex. En tanto me encontraba ahí, los mineros habían tomado el control de las minas, y por esto sólo habían enviado a algunos de sus representantes. Ellos están siendo presionados por el gobierno, quien les niega su derecho a sindicalizarse. Y los mineros son parte de un sólido frente formado en México para proteger esta poderosa idea de nación.
He participado en una de las muchas reuniones organizadas por oponentes al plan de gobierno que pretende ofrecer el patrimonio de México, para responder a la insaciable y multiplicada adicción de Estados Unidos.
Una mujer brigadista se quitó su playera y me la dio, orgullosa de que una ciudadana de Estados Unidos estuviera con ellas. La página principal de La Jornada de hoy dice que las mujeres, 10 000 de las cuales marcharon firmemente el día que estuve ahí, habían reforzado sus protestas y su resistencia pacífica. Pues la amenaza de violencia y de que se derrame sangre es realmente seria. Ahora debemos preguntarnos ¿por qué esta agitación social, política y económica en México, además de sus implicaciones en los derechos humanos, debería ser importante para nosotros aquí en Estados Unidos?
Porque la triste verdad del problema es que, en muchos sentidos, nuestra política militar y económica es la causa de esto. Por supuesto, reconozco que todo viene de tiempo atrás con la puesta en práctica del Destino Manifiesto y la declaración de la Doctrina Monroe, las decisiones políticas de Estados Unidos han sido, a veces, ondas expansivas hacia distintos lugares fuera de nuestras fronteras. Podemos decir que la versión moderna de esto es el TLCAN.
En 1993, la mayoría demócrata en el Congreso de Estados Unidos apoyó la iniciativa del entonces presidente Bill Clinton para que se aprobara el Tratado de Libre Comercio para América del Norte. La propuesta del Estado para la legislación fue que no se cambiaran las barreras comerciales ni las inversiones que ya existían en Norteamérica. La propaganda señalaba que el objetivo era que “todos tuvieran beneficios” en Canadá, Estados Unidos y México a través del comercio y la inversiones. El resultado es el saqueo y la transferencia del patrimonio de México en términos de sus recursos naturales y humanos. Y el pueblo de México se está levantando en contra de esto. Se ha levantado al igual que mucha gente en Haití, Venezuela, Brasil, Chile, Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Argentina lo ha hecho. Con el poder de su voto, la gente de estos países se atrevió a pensar que podía vencer pacíficamente al coloso del Norte. Y lo hicieron.
En este sentido, de alguna manera, creo entender ahora por qué el conjunto de la prensa no puede decirnos a ustedes y a mí la verdad acerca de la valiente postura y el sentido de dignidad que invade al pueblo de México, porque para realmente dar cabida a esta historia, tendrían que revelar, o señalar, algunas verdades incómodas.
Una de estas verdades incómodas es particularmente significativa para mí: se origina cuando el silencio se vuelve una injusticia.
Nosotros, la gente común, y aún así poderosa, de este país hemos transitado por un camino muy largo y muy silencioso en todos aquellos asuntos que tienen gran relevancia.
Martin Luther King decía que nuestras vidas se acercan a su fin cuando guardamos silencio ante aquellas cosas que importan.
En uno de mis primeros días en el Congreso, llegué tarde para emitir mi voto. Miré el tablero electrónico y observé que todos los votos estaban en verde; supuse que la votación era sobre un asunto no controversial del calendario. Y dado que yo había sido casi la última en votar, no hubo mucho tiempo para investigar. Presioné el botón verde. Posteriormente, aprendí que mi voto entonces podría haber sido lo que otros llaman un “fácil” voto de aprobación, pero para mi conciencia eso no significaba “no votar”. Más tarde, esa misma noche, mi corazón dio un vuelco mientras veía las noticias: un hombre de 78 años se había enojado tanto por la votación que se puso a arrojar piedras. Sólo una cosa, él tuvo un ataque al corazón mientras arrojaba las piedras y murió.
Mi corazón dio un vuelco, me sentí personalmente responsable por la muerte de aquel hombre y me prometí nunca más emitir un voto al que se pudiera calificar de “fácil” nuevamente. Mi voto único no habría cambiado el resultado total para tomar la resolución, pero mi voto habría sido verdadero en el sentido de mis valores y mis ideales, en el sentido de que todo mundo merece que sus derechos humanos sean respetados.
Me he sentido frecuentemente preocupada después de esto, porque reconocí que tenía la responsabilidad de leer la legislación, pensar analíticamente, cuestionar seriamente y votar de forma independiente.
Esto sucedió mientras estuve en el Congreso, pero ahora que no es así, ¿esto significa que la responsabilidad ha desaparecido? No es así.
Sucedió que voté en contra del TLCAN, y estoy contenta por eso. Pero imaginen que todos los votantes de Estados Unidos entendieran que algo tan simple como un voto en una elección federal puede determinar quién vive y quién muere en otro país. Imaginen, si nosotros en Estados Unidos estuviéramos seguros de la posibilidad de un cambio pacífico, a través del voto, como lo está la gente de Haití, de México (a pesar del robo de la elección presidencial), de Venezuela y de otros países. Entonces nosotros, miembros del Congreso, votaríamos independientemente de la oficina que apoya el Plan Colombia. Nosotros, miembros del Congreso, votaríamos independientemente de la oficina que apoya el Plan México (Plan Mérida. N. de la T.), que es el equivalente al de Colombia: es la respuesta militar ante el reclamo de los pueblos por su dignidad, su autodeterminación y su idea de patria. Nosotros no votaríamos por ningún partido político que no tuviera como un propósito general el mismo respeto y amor por la vida de todos los demás que aquellos que nos reservamos para nosotros mismos.
Conocí a gente en la Ciudad de México que está dispuesta a morir por esta lucha. Pero no deberían pasar por esto, sólo porque Estados Unidos quiere su petróleo. Nosotros los votantes de Estados Unidos tenemos mucho poder igual que los votantes de otros países. Todo lo que tenemos que hacer es creer en nosotros mismos y usar este poder.
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