Sumario:
I. Pérdida de credibilidad, por Rogelio Ramírez de la O
II. Qué perro, por Laura Itzel Castillo
III. Crisis y liderazgo, por Luis Linares Zapata
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PÉRDIDA DE CREDIBILIDAD
por Rogelio Ramírez de la O, asesor en materia económica del gobierno legítimo de México
(publicado en El Universal el 15 de octubre de 2008)
El gobierno ha perdido mucha credibilidad tan sólo por negar la posibilidad de que la crisis estadounidense tuviera efectos serios en México. Ahora, con su plan para enfrentar estos efectos, pierde aún más, pues con las medidas anunciadas cae parte (aunque no todos) de sus planes de abrir Pemex a la inversión privada.
En efecto, hace apenas tres semanas, en su misma casa, Nueva York, Felipe Calderón dijo a los estadounidenses que si bien ellos tienen pulmonía, México tiene sólo un catarro.
La respuesta llegó rápido y con venganza, pues primero se sintió la falta de crédito y luego el peso perdió 30% frente al dólar desde su punto de máxima fortaleza de 10 pesos por dólar en julio.
Su plan de cinco puntos para enfrentar la crisis es una capitulación de varias posturas, más dogmáticas que analíticas, que sostenía sobre temas fundamentales del petróleo.
Un cambio de postura es que, ahora sí, el Estado construiría una nueva refinería, cuando había repetido hasta el cansancio que sólo podía hacerla y operarla el sector privado. Si en verdad la construye —y la duda surge por la pérdida de credibilidad—, hasta el PRI quedaría mal parado, porque ya se preparaba para tener filiales regionales con las refinerías, sujetas a la influencia de gobernadores del PRI.
También deja colgados de la brocha a numerosos analistas que apenas en la víspera afirmaban que el Estado no puede tener una operación rentable con la refinación. Ahora tendrían que condenar las inversiones anunciadas por Felipe Calderón y Agustín Carstens como carentes de sustento económico.
El segundo cambio de postura es la eliminación de los pidiregas (proyectos de inversión pública financiados con capital privado), que ahora Pemex deberá financiar con sus propios recursos. Por ende, la contabilidad oficial admitirá un déficit fiscal que siempre ha existido, pero que no admitía. Y aquí también los mismos analistas, sin análisis riguroso, repetían la verdad recibida del gobierno de que eliminar los pidiregas es muy gravoso para las finanzas públicas.
Estos cambios de postura están impuestos por la realidad y por el estancamiento económico, lo cual va exponiendo crecientemente a la política gubernamental como ineficaz. Pero al no ser cambios que surgen de un proyecto propio, carecerán de toda fuerza en su ejecución. En 2009, por ejemplo, en medio de un probable desplome económico, la realidad impondrá a Calderón el inevitable recorte de su gasto burocrático, mismo que siempre ha resistido.
Por estas razones un programa de sólo 78 mil millones de pesos será ineficaz, no sólo por ser muy poco dinero, sino porque son cambios a cuentagotas y la economía sufre mucho más que un catarro. Incluyen 53 mil millones para infraestructura, que en gran medida se presupuestaron y no se gastaron en 2008. No hay seguridad de que las fallas que causaron el subejercicio este año se vayan a corregir en 2009.
Y la protección del crecimiento y el empleo es inconsistente con una desgravación arancelaria, pues ésta abarata las importaciones y hace más difícil competir a la producción nacional, cuando la economía mundial tiene un gran sobrante de capacidad.
Por lo demás, las cifras proyectadas son irrealistas. Según ellas, el crecimiento de 2009 será de 1.8%. El peso contra el dólar 11.2 en promedio y el precio del petróleo 75 dólares por barril. Y habría que preguntar que si este es el “programa para impulsar el crecimiento y el empleo” dos años después de iniciar la administración, qué programa estaba aplicando hasta ahora el gobierno “del empleo”.
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QUÉ PERRO
por Laura Itzel Castillo, secretaria de Asentamientos Humanos y Vivienda del gobierno legítimo de México
(publicado en El Gráfico el 15 de octubre de 2008)
En medio del desplome financiero de los Estados Unidos, Felipe Calderón está empecinado en entregarle a esa nación nuestra riqueza. Erró en el diagnóstico —el catarrito inicial se convirtió en pulmonía—y se equivoca también en la receta.
Por su compromiso con las trasnacionales, a Felipe le pasa desapercibida la historia. “Defenderé el peso como un perro”, dijo José López Portillo en febrero de 1982. Aquel Presidente que prometió desarrollo económico para el país, decía que los mexicanos tendríamos que aprender a “administrar la abundancia”, a partir de la exportación petrolera. Finalmente acabó devaluando nuestra moneda.
En aquella época se cimentó la actual política económica mexicana, basada en la extracción y venta indiscriminada de petróleo en condiciones de endeudamiento y supeditación comercial a EU.
Con la expropiación petrolera, decretada valientemente por Lázaro Cárdenas en 1938, el crecimiento económico del país fue del orden de 6% anual. Así era, hasta que los neoliberales llegaron al poder. Jesús Silva Herzog, último secretario de Hacienda de JLP, anunció que el crecimiento económico para ese lejano 82 sería de 0%, similar al que se pronostica para 2009.
Son ya más de 25 años que se aplican en México los lineamientos de Washington con resultados desastrosos, y Calderón insiste en más de lo mismo. Incluso se anuncia que ya están listos los dictámenes relativos a la supuesta reforma energética y que pronto serán votados en el pleno del Senado.
Milton Friedman, el fallecido economista norteamericano promotor de la doctrina neoliberal, pugnó siempre por desmontar el “Estado de bienestar” para dejar actuar libremente al mercado. Decía: “Una nueva administración disfruta de seis a nueve meses para poner en marcha cambios legislativos importantes; si no aprovecha la oportunidad de actuar durante ese periodo concreto, no volverá a disfrutar de ocasión igual”. Friedman fue consejero de Thatcher, de Nixon, de Reagan, de Pinochet y de los Bush, entre otros “progresistas” personajes.
En México, los discípulos de Friedman solamente intervienen, a nombre del Estado, para favorecer a los privados. Según ellos, los pobres no deben ser apoyados por el Estado: a eso le llaman “populismo”. Pero cuando los muy ricos están en riesgo por los vaivenes del mercado, piden inmediatamente el auxilio del “Estado benefactor”.
Agustín Carstens reveló que un grupo de empresas estuvo tras el ataque especulativo contra el peso. El Universal ya publicó algunos nombres. ¿Habrá castigo para los sacadólares como en el 82? ¿Calderón será tan perro como JLP para defender nuestra moneda?
Recordatorio: Andrés Manuel López Obrador, Presidente legítimo de México, convocó a brigadistas para hoy a una asamblea informativa en el Hemiciclo a Juárez, a partir de las 5 de la tarde. Ahí nos vemos.
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CRISIS Y LIDERAZGO
(publicado en La Jornada el 15 de octubre de 2008)
El oficialismo nacional sigue atando la crisis en curso a sus vertientes financiero-bancarias y a sus respaldos en las variables macroeconómicas en que insisten en situarla. No atisban un tanto más allá, en especial hacia lo que se mueve por abajo: en esos oscuros rincones y lejanos sótanos de las escalas socioeconómicas habitados por millones de seres angustiados. Tampoco dimensionan los factores de degradación política que se conjugan en tiempo y lugar para hacerla más perniciosa y duradera. Tal vez las tapaderas ideológicas no les permitan visualizar la profundidad de las ramificaciones que, sin embargo, ya se pueden sospechar en todas sus feas magnitudes. Es posible que su instrucción académica no los haya preparado para enfrentar este tipo de sacudidas, por lo general alejadas de las altas y protegidas esferas donde se mueven tan a gusto. O tal vez su conocimiento del país les haya limitado capacidades para apresar la complejidad de lo que se nos viene encima y por los lados.
Lo cierto es que no sería exageración afirmar que, prácticamente, no habrá ningún sector de la vida personal y colectiva que no vaya a ser tocada por tan abarcador y dañino fenómeno. México –puede afirmarse sin temor a exagerar– no está preparado para absorber la crisis que se ha venido conformando en el exterior, pero, ciertamente, agravada por las numerosas grietas internas que se padecen. La casi congénita deformación del oficialismo a la hora de dimensionar la crisis sitúa sus raíces en una etérea parte del mundo y elimina del análisis sus referentes locales, a veces hasta con ribetes trágicos.
El apego al consenso de Washington, basamento del modelo aplicado desde hace más de medio siglo, debe situarse en el epicentro mismo de las deformaciones que se observan. Decir, que los aumentos desproporcionados de los alimentos, en particular de la tortilla, obedecieron a la baja producción habida en ciertas regiones del planeta o a la sequía que afectó a otras, y a que se desvían grandes cantidades de granos para uso industrial, es localizar el problema fuera del propio alcance y responsabilidad.
Hay que aceptar, como error fatal, el abandono deliberado de las múltiples redes protectoras que auxiliaban a la producción nacional. La dependencia alimentaria actual es una consecuencia directa del conjunto de decisiones de las elites locales y no un hecho fortuito o inesperado y hasta injusto, situado más allá de las fronteras del país.
Similar discurso formula el oficialismo cuando se toca la debilidad de la Fábrica Nacional, tomada como el armazón productivo del país. La capacidad de los sectores industrial y tecnológico para encarar, con posibilidades de éxito, la demanda agregada que se vendría como factible sustituto del fallido motor exportador (medidas contracíclicas les llaman) es, por decirlo con temeroso decoro, por completo inadecuada.
En realidad, el aparato productivo interno es incapaz de atender, aunque fuera de manera defectuosa o irregular, las necesidades del mercado propio. La Fábrica ha sido desmantelada hasta la imprevisión mayúscula. El aparato productivo –hay que decirlo una vez más– se convirtió, en los recientes años de inserción subordinada a la globalización, en una inmensa maquinaria de importaciones. No puede, ni podrá en el corto plazo, sustituir los bienes y servicios que está acostumbrada a comprar (caros) fuera. Ésta es una vertiente no advertida o ninguneada por la administración del señor Calderón.
El oficialismo, público y privado, trata, por estos días de tormentas perfectas y liderazgos mediocres y con todos los medios a su disposición (que son apabullantes) de entregar al extranjero aquellos ámbitos hasta hoy reservados a los mexicanos. Con alegría irresponsable se pregona abrir el enorme sector energético aun en contra de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, tal como lo han hecho ya en la industria eléctrica y la de petrolíferos y petroquímicos. Ahora se propone, con singular ligereza además, que los extranjeros acudan a la producción de energía por medios alternativos.
Permitir la injerencia del capital externo y de las empresas trasnacionales en el vital, estratégico campo energético alterno es, de nueva cuenta, poner en manos extrañas el futuro nacional. En unos 10 o 15 años a lo sumo, el desarrollo de las tecnologías ad-hoc harán posible la sustitución de los combustibles fósiles por agentes solares, eólicos, de biomasa, marinos y demás. La posibilidad de desarrollar las ingenierías requeridas para tales cometidos será tarea postergable y, por tanto, nugatoria de la independencia y soberanía, al menos en grado decoroso, por no decir mínimo.
Pero quizá la parte más delicada de la incapacidad del oficialismo para dimensionar, para describir en todos sus componentes la crisis en curso, recale en el terreno de la política y su correlativa vertiente social.
El gobierno y grupos de poder que lo acompañan, circundan y condicionan, encaraman sus intereses muy por encima de los que debían ser los superiores de la nación. La degradación de los valores individuales y colectivos es notoria en el diario quehacer. Los partes de guerra cotidianos llevan a lo trivial, las muertes violentas de hombres y mujeres sólo por el hecho, terrible, de haber escogido o por haber sido condicionados a optar por el cauce equivocado de las conductas delictivas. Los sindicatos se encierran en el círculo de sus mezquinos designios, aunque éstos sean cada vez más reducidos e infecundos. La inseguridad se colectiviza en la medida que cunde por doquier la impunidad. Ésta es la sensación generalizada que se derrama, por citar un ridículo ejemplo, al conocerse el regalo de las famosas Hummer de la profesora Gordillo, un epítome de la prepotencia y la corrupción ante la cual no hay ley que valga.
Las elecciones federales en puerta tomarán al oficialismo (incluido, claro está, esa versión priísta) en claro fuera de lugar y sin respuestas.
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