jueves, 30 de octubre de 2008

Directamente hacia la crisis, por Rogelio Ramírez de la O

Ciudad de México, 30 de octubre de 2008
Servicio informativo núm. 567


Sumario:

I.
Directamente hacia la crisis, por Rogelio Ramírez de la O

II. Pido disculpas, por Frei Betto

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DIRECTAMENTE HACIA LA CRISIS
por Rogelio Ramírez de la O

(publicado en El Universal el 29 de octubre de 2008)

En 1993-1994, Carlos Salinas y su gabinete negaban que hubiera una crisis o que los Tesobonos, que llegarían a 30 mil millones de dólares, obligarían a su sucesor Ernesto Zedillo a ir a pedir un rescate financiero a Estados Unidos.

Parte de su negación era su teoría equivocada. Según ésta, el déficit externo se ajusta solo y no es un signo de falta de competitividad, sino un signo positivo, de que México es muy atractivo a la inversión extranjera y que, cuando ésta llega, simplemente genera más importaciones.

Ernesto Zedillo, a finales de diciembre, hizo explícita la lección: fue un error haber permitido que el déficit corriente externo se expandiera tanto.

Los más grandes errores de política económica en México, como el de Salinas y el de José López Portillo, siempre se han basado en una teoría incorrecta y no necesariamente en la mala fe. Pero eso no es consuelo para los que sufren las pérdidas; de ahí que nunca los perdonan.

El gobierno de hoy está incurriendo en un error cuando menos de la misma magnitud que el de Salinas. Ha dejado que su gasto corriente explote sobre la base endeble de ingresos petroleros basados en precios altos que será imposible mantener en una recesión o quizá depresión.

Así, el déficit en la cuenta corriente externa se ha escondido detrás del ingreso petrolero. Pero sin considerar el petróleo, el deterioro es visible al aumentar el déficit de 45 mil millones de dólares en 2006 (ya de por sí muy alto) a 68 mil millones en 2008.

Cuando el precio del petróleo llegue a su nivel bajo en este ciclo de recesión, el hueco de ingresos en dólares será tan grande que sólo un milagro evitará la repetición de 1995. Es cierto que por ahora el peso cayó más que nada por influencias externas. Pero, en lugar de que el gobierno tomara esta caída como una advertencia, lo ha tomado a la ligera.

Por ejemplo, como broma de mal gusto, recomienda a los exportadores aprovechar esta paridad para exportar más, cuando el mundo está en recesión.

Una mayor caída del ingreso petrolero golpearía al peso, causaría una grave pérdida del salario real y quiebras de empresas.

Igualmente grave sería el impacto en las cuentas fiscales. Un ingreso petrolero menor en 15 a 30 mil millones de dólares sería imposible de acomodar sin reducir el gasto público en forma draconiana. Cuando hay recesión, retorno de emigrantes, solicitudes de apoyo de deudores y demandas de productores del campo, tan sólo intentar recortar el gasto público va a ser una pesadilla.

Pero, además, el ingreso petrolero tan alto de los últimos años lo ha repartido el gobierno con los estados, muchos de ellos bajo gobiernos del PRI, con lo que ha comprado sus voluntades y una cierta gobernabilidad y apoyo en el Congreso.

Por todo lo anterior es inexplicable que el gobierno no haya recortado su excesivo gasto corriente, el cual aumentó más de 400 mil millones de pesos de 2006 a 2008. Para apreciar esta magnitud, el aumento de recaudación por el IVA en el mismo periodo fue de 80 mil millones y el IETU aportó 50 mil millones.

También es inexplicable que el Ejecutivo diga que “aquí nadie se va a apretar el cinturón”, cuando hay pérdidas en las empresas, caída de remesas y ventas estancadas. El apretón de cinturón para el gobierno debió haber comenzado desde el primer día de su administración.

Aún es tiempo de que el gobierno evite una crisis utilizando todos los medios que tiene a su alcance. Si no lo hace, nadie lo va a perdonar y mucho menos aceptar que la crisis era imposible de prever.

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PIDO DISCULPAS
por Frei Betto, escritor, autor de “Cartas da Prisão” (Agir), entre otros libros

(tomado del Servicio Informativo Alai-amlatina (http://alainet.org)

Estoy gravemente enfermo. Me gustaría manifestar públicamente mis excusas a todos los que confiaron ciegamente en mí. Creyeron en mi presunto poder de multiplicar fortunas. Depositaron en mis manos el fruto de años de trabajo, de economías familiares, el capital de sus emprendimientos.

Pido disculpas a quien mira a sus economías evaporase por las chimeneas virtuales de las bolsas de valores, así como a aquellos que se encuentran asfixiados por la imposibilidad de pagar, los intereses altos, la escasez de crédito, la proximidad de la recesión.

Sé que en las últimas décadas extrapolé mis propios límites. Me convertí en el rey Midas, creé alrededor mío una legión de devotos, como si yo tuviese poderes divinos. Mis apóstoles —los economistas neoliberales— salieron por el mundo a pregonar que la salud financiera de los países estaría tanto mejor cuanto más ellos se arrodillasen a mis pies.

Hice que gobiernos y opinión pública crean que mi éxito sería proporcional a mi libertad. Me desaté de las amarras de la producción y del Estado, de las leyes y de la moralidad. Reduje todos los valores al casino global de las bolsas, transformé el crédito en producto de consumo, convencí a una parte significativa de la humanidad de que yo sería capaz de operar el milagro de hacer brotar dinero del propio dinero, sin el lastre de bienes y servicios.

Abracé la fe de que, frente a las turbulencias, yo sería capaz de autorregularme, como ocurría con la naturaleza antes de que su equilibrio fuera afectado por la acción predatoria de la llamada civilización. Me volví omnipotente, me supuse omnisciente, me impuse al planeta como omnipresente. Me globalicé.

Llegué a no dormir nunca. Si la Bolsa de Tokio callaba por la noche, allá estaba yo eufórico en la de São Paulo; si la de Nueva York cerraba a la baja, yo me recompensaba con el alza de Londres. Mi pregón en Wall Street hizo de su apertura una liturgia televisada para todo el orbe terrestre. Me transformé en la cornucopia de cuya boca muchos creían que habría siempre de chorrear riqueza fácil, inmediata, abundante.

Pido disculpas por haber engañado a tantos en tan poco tiempo; en especial a los economistas que mucho se esforzaron para intentar inmunizarme de las influencias del Estado. Sé que, ahora, sus teorías se derriten como sus acciones, y el estado de depresión en que viven se compara al de los bancos y de las grandes empresas.

Pido disculpas por inducir multitudes a acoger, como santificadas, las palabras de mi sumo pontífice Alan Greenspan, que ocupó la sede financiera durante 19 años. Admito haber incurrido en el pecado mortal de mantener los intereses bajos, inferiores al índice de la inflación, durante largo periodo. Así, se estimuló a millones de usamericanos a la búsqueda de realizar el sueño de la casa propia. Obtuvieron créditos, compraron inmuebles y, debido al aumento de la demanda, elevé los precios y presioné la inflación. Para contenerla, el gobierno subió los intereses... y el no pago se multiplicó como una peste, minando la supuesta solidez del sistema bancario.

Sufrí un colapso. Los paradigmas que me sustentaban fueron engullidos por el imprevisible agujero negro de la falta de crédito. La fuente se secó. Con las sandalias de la humildad en los pies, ruego al Estado que me proteja de un deceso vergonzoso. No puedo soportar la idea de que yo, y no una revolución de izquierda, sea el único responsable por la progresiva estatización del sistema financiero. No puedo imaginarme tutelado por los gobiernos, como en los países socialistas. Justo ahora que los bancos centrales, una institución pública, ganaban autonomía en relación con los gobiernos que los crearon y tomaban asiento en la cena de mis cardenales, ¿qué es lo que veo? Se desmorona toda la cantaleta de que fuera de mí no hay salvación.

Pido disculpas anticipadas por la quiebra que se desencadenará en este mundo globalizado. ¡Adiós al crédito consignado! Los intereses subirán en la proporción de la inseguridad generalizada. Cerrados los grifos del crédito, el consumidor se armará de cautela y las empresas padecerán la sed de capital; obligadas a reducir la producción, harán lo mismo con el número de trabajadores. Países exportadores, como Brasil, tendrán menos clientes del otro lado de la barra; por lo tanto, traerán menos dinero hacia sus arcas internas y necesitarán repensar sus políticas económicas.

Pido disculpas a los contribuyentes de los países ricos que ven cómo sus impuestos sirven de boya de salvación de bancos y financieras, fortuna que debería ser invertida en derechos sociales, preservación ambiental y cultura.

Yo, el mercado, pido disculpas por haber cometido tantos pecados y, ahora, transferir a ustedes el peso de la penitencia. Sé que soy cínico, perverso, ganancioso. Sólo me resta suplicar que el Estado tenga piedad de mí.

No oso pedir perdón a Dios, cuyo lugar pretendí ocupar. Supongo que, a esta hora, Él me mira allá desde la cima con aquella misma sonrisa irónica con que presenció la caída de la Torre de Babel (traducción ALAI).

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