miércoles, 11 de marzo de 2009

El caso de Jacinta Francisco Marcial

Ciudad de México, 11 de marzo de 2009

Servicio informativo núm. 652



Sumario:


I. El caso de Jacinta Francisco Marcial


II. Yo soy Jacinta, por Ricardo Rocha


III. Todos somos Jacinta, por Ricardo Rocha


IV. ¿Plagiaria o víctima?, por Ricardo Rocha


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EL CASO DE JACINTA FRANCISCO MARCIAL

(publicado por el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro (Prodh) el 24 de febrero de 2009)


El 19 de diciembre de 2008 fue sentenciada injustamente en la ciudad de Querétaro la mujer indígena otomí Jacinta Francisco Marcial. Se le acusa, junto con Alberta Alcántara y Teresa González, de haber secuestrado a seis agentes de la Agencia Federal de Investigación (AFI) durante hechos ocurridos el 26 de marzo de 2006 en la comunidad indígena Santiago Mexquititlán, del municipio de Amealco, Querétaro. Las pruebas empleadas para acusarla son insuficientes. Por lo contrario, su inocencia se encuentra plenamente probada y sustentada.


Hechos


El 26 de marzo de 2006, seis elementos de la AFI, sin identificarse como tales y sin portar uniforme, llegaron al tianguis de la plaza central de Santiago Mexquititlán. Despojaron a varios comerciantes de sus mercancías con lujo de violencia, alegando que se trataba de “piratería”. Los tianguistas afectados exigieron a los agentes su identificación y la exhibición de la orden que avalara su proceder; éstos se negaron. La tensión aumentó y varios comerciantes afectados comenzaron a protestar.


El jefe regional de la AFI y el agente del Ministerio Público de la Federación en San Juan del Río, Querétaro, que acudieron al pueblo para dialogar con la gente afectada, ofrecieron pagar en efectivo los daños ocasionados por los elementos de la AFI. Para esto argumentaron que debían trasladarse a la ciudad de San Juan del Río para conseguir el pago, por lo que ordenaron a uno de los agentes que permaneciera en el pueblo, como “garantía” de que regresarían. Éste, según testimonios, durante el tiempo que se quedó en el pueblo estuvo comunicado y jamás fue violentado en su integridad física. El incidente terminó cuando, el mismo día alrededor de las siete de la tarde, todos los elementos de la PGR que habían participado en los hechos dejaron la comunidad, después de haber acordado con los comerciantes la entrega de una cantidad correspondiente a los daños causados.


Fue hasta el 3 de agosto de 2006, cuando la señora Jacinta Francisco Marcial fue llevada, con engaños, a la ciudad de Querétaro. Allí, al ser presentada ante los medios de comunicación, se enteró de que la acusaban, con otras dos mujeres, de haber secuestrado a los agentes de la AFI durante los hechos ocurridos en marzo del mismo año. A la fecha, dentro del proceso se le condenó a 21 años de prisión y dos mil días de multa. Tras un minucioso proceso de documentación, el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro (Centro Prodh) asume su defensa integral.


Postura del Centro Prodh


El caso de Jacinta Francisco Marcial muestra una vez más las deficiencias del sistema de justicia, las cuales tienen efectos que son sufridos con mayor intensidad por las mujeres indígenas debido a la triple discriminación de que son objeto: por ser indígenas, por ser mujeres y por ser pobres. Doña Jacinta ha sido víctima de violaciones a sus derechos humanos debido a que los órganos encargados de impartir justicia han vulnerado sus garantías procesales. Jacinta Francisco Marcial nunca tuvo acceso a un intérprete o traductor y se le negó el derecho de presunción de inocencia. En su caso, salen a relucir también las deficiencias de un modelo de justicia en el que subsisten elementos inquisitivos, como la preponderancia de las pruebas desahogadas por el propio Ministerio Público, que generan desigualdad procesal.


Su caso pone también de relieve la aplicación de tipos penales como el secuestro para procesar a quienes tienen alguna participación en manifestaciones en la vía pública. La señora Jacinta no participó en las acciones de los comerciantes, sin embargo es claro que la respuesta punitiva del Estado constituye una represalia a la manera en que los tianguistas se defendieron de los abusos de los agentes de la AFI, como ha sucedido en casos similares de protesta.


En el actual contexto de temor e inseguridad, dominado por las voces que exigen endurecer las sanciones para disminuir la delincuencia, el caso de doña Jacinta muestra la proclividad del sistema de justicia a imputar a personas inocentes, cuya situación es agravada por su condición étnica o de género, delitos que despiertan el mayor repudio social.


Frente a la vulneración de los derechos humanos de Jacinta Francisco Marcial, el Centro Prodh considera que el magistrado que resolverá sobre la apelación presentada el 22 de diciembre de 2008 tiene en sus manos la posibilidad de revertir las irregularidades existentes en el proceso y ordenar la inmediata excarcelación de Jacinta Francisco Marcial. En este sentido, demandamos una actuación guiada por el más estricto respeto a los derechos humanos que restituya a doña Jacinta su libertad y reconozca su inocencia.


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YO SOY JACINTA

por Ricardo Rocha

(publicado en El Universal el 5 de marzo de 2009)


Y ella es una mujer indígena, otomí, de 42 años. Acaba de ser sentenciada a 21 años de cárcel. Aunque usted no lo crea, por el secuestro de seis agentes armados de la AFI. Sí, leyó usted bien. Fue acusada con otras dos mujeres. Un juez la halló culpable porque, para él, la prueba presentada por la PGR fue contundente: una fotografía de un diario local donde aparece Jacinta asomándose al borlote de lo que pasó en su pueblo hace tres años ya.


El 26 de marzo de 2006 seis AFI llegaron amenazantes y sin uniforme a Santiago Mexquititlán, en Querétaro. Ahí, en el tianguis, Jacinta y sus compañeras vendían aguas frescas. Llegaron los agentes y comenzaron con destrozos, despojos y exigencias de tributo con lujo de violencia quesque por hallar mercancía pirata. Fuenteovejunescamente, los pobladores cercaron a los intrusos para exigirles identificación y la orden que justificara su proceder. Éstos se negaron, pero también se rajaron. La tensión crecía y comenzaron los gritos de protesta y justicia de la gente por tanto abuso. A llamado de los intrusos se apersonaron un agente del MP y el jefe regional de la AFI. Prometieron reparar los daños con mercancía decomisada —más bien robada— de otros tianguis, de otros pueblos. Ante la negativa popular se comprometieron a compensarlos con dinero. Se fueron y dejaron “en garantía” a un agente que no fue molestado. Regresaron a las siete y pagaron lo pactado.


Pero se la guardaron al pueblo. Y se desquitaron con Jacinta, a la que el 3 de agosto llevaron con engaños a la ciudad de Querétaro. Ahí la acusaron falsamente; ahí la juzgaron de inmediato en español, cuando sólo hablaba otomí; ahí presumieron su culpabilidad antes que su inocencia; ahí la tienen presa; ahí la sentenciaron a 21 años de prisión; ahí le destrozaron la vida y a su familia.


Así, Jacinta es una víctima más de la intolerancia rabiosa que caracteriza a los gobiernos panistas como el que ahí encabeza Francisco Garrido Patrón, que no ha movido un dedo en defensa de una de sus gobernadas. ¿Cómo, si es una india de pueblo?


Así se repite la historia de la furia discriminatoria y racista de los poderosos en este país. Como cuando se le inventaron delitos a Rodolfo Montiel y Teodoro Cabrera, indígenas ecologistas de Guerrero que lucharon contra los caciques talamontes. Una vez más el menosprecio inhumano que nos avergüenza en la memoria de doña Ernestina Ascensio, abusada y asesinada por militares y muerta por diagnóstico presidencial de gastritis crónica. Nomás acordémonos de Aguas Blancas y Acteal. De Atenco, condenados a más de un siglo de cárcel por defender sus tierras. Otra vez la más brutal represión de estos gobiernos contra los que se atreven a alzar la voz ante las injusticias.


Hay ahora un movimiento encabezado por el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, al que me sumo gustoso, para exigir juicio justo y liberación de quien sólo ha cometido tres grandes pecados en este país: ser mujer, ser indígena y ser pobre. Por cierto, se llama Jacinta Francisco Marcial. Y yo soy ella.

PD. ¿Esto también es falso, señor Medina Mora?


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TODOS SOMOS JACINTA

por Ricardo Rocha

(publicado en El Universal el 10 de marzo de 2009)


Nunca una de mis columnas había suscitado tan intensas respuestas. Evitaré a propósito mencionar los correos electrónicos personales en cualquier sentido. No acostumbro ventilar mis asuntos en los medios que me otorgan espacio y confianza. Así que me ocupo de los textos que atienden al mensaje y no al mensajero.


En primer lugar, los menos, pero los más estruendosos. En ellos, no han faltado voces que apelan a una suerte de hartazgo patriótico y que ven a estas denuncias como un atentado a la nación. Lo mismo que dijeron alguna vez de Aguas Blancas y Acteal. No cambian.


Igual están quienes interpretan este artículo como un ataque deliberado al PAN. Como si fuera una revelación las actividades discriminatorias y represivas de gobernantes de ese partido. El que Querétaro tenga un gobierno panista como el del señor Garrido es un dato, nada más. El que ese gobernador no haya hecho nada en el caso de Jacinta también es un dato, nada más. No hay adjetivos; ni falta que hacen.


Otro argumento para invalidar el caso Jacinta es que en la misma columna no se haga mención a asuntos similares en gobiernos priístas y perredistas. Como si el mal de muchos no sólo fuera consuelo de ya saben quienes, sino también la impunidad justificada del montón. O lo que es lo mismo: los partidos secuestran nuestras indignaciones. O lo que también significa: los estados como cotos de caza donde el que ganó tiene todo el derecho a hacer lo que se le pegue la gana. Los hay.


Pero, la verdad, yo prefiero quedarme con los más. Aunque fueran menos. Porque hay en ellos, en ustedes, palabras luminosas para alumbrar estos asuntos oscuros sobre la injusticia. Frases profundamente conmovedoras que nos dicen otra vez que nuestra capacidad de asombro sigue viva a pesar de los pesares. Y de la crisis. Y de las crisis.


Que todavía podemos estremecernos de saber que no nos es ajeno el dolor humano. Aunque esté preso con una mujer que tal vez no veremos nunca.


Por eso comprometen sus expresiones multiplicadas de “Yo también soy Jacinta” que no se dirigen a mí, sino a una mujer que todavía cree que se hará justicia. Y que representa un caso paradigmático de un México racista y discriminatorio al que la democracia no ha rebasado todavía. Un país en cuyas cárceles hay aún miles de presos políticos y de conciencia. En el que centenares de mexicanos indígenas todavía no entienden por qué están prisioneros.


Debo decir también que he estado recogiendo testimonios diversos y estoy plenamente convencido de la inocencia de Jacinta. También hablé largo con ella. Luego les cuento.


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¿PLAGIARIA O VÍCTIMA?

por Ricardo Rocha

(publicado en El Universal el 11 de marzo de 2009)


Para llegar a ella hay que rebasar la ciudad de Querétaro y luego tomar una carretera secundaria. Al poco rato se aparece la doble mole de los penales: de un lado del camino los hombres y del otro lado las mujeres. Luego recorre uno a pie una larga, solitaria y estrecha calle que busca al fondo la puerta negra de hierro. De un lado el altísimo muro de hormigón y del otro la alambrada coronada de púas.


Es una cárcel. Aunque los eufemismos le llamen Centro de Readaptación Social, es una prisión, eso lo recuerdan los trámites y registros de rigor y el predominio de las rejas y las puertas giratorias de pesado metal. Salvo los guardias hombres de la entrada voy contando una veintena de custodios mujeres que nos van conduciendo por los laberínticos pasillos interiores. Y no puedes evitarlo, a cada paso hacia adentro vas perdiendo más y más lo que se queda allá afuera. Es una cárcel.


Y ahí están sus habitantes: en el patio y al sol hay unas 10 de las 141 reclusas; una de ellas fortísima, de rostro decidido y mirada fulminante que impondría todavía más temor de no ser porque vive y reina desde un trono insólito de una silla de ruedas: perdió ambas piernas… ni siquiera me atrevo a preguntar por su historia; sin embargo, me cuentan inevitablemente la de una muchacha muy bella con un niño en brazos a la que agarraron con su marido por venta de drogas. En cambio, al hablar de Jacinta, Martha Yáñez Carbajo, la directora del penal, como que se apena. Recuerda que desde que llegó supo que era inocente, que se trató desde el principio de una acusación infundada, de una historia más que increíble, inadmisible; a ver, quién se puede creer que una mujer indígena otomí —ahora de 46 años— haya secuestrado a seis agentes armados de la PGR-AFI; es no sólo un insulto a la justicia sino a la más elemental inteligencia. Pero nuestra opinión no cuenta —me dice— nosotros nada podemos hacer que no sea tratar de la mejor manera posible a Jacinta y a las otras internas.


En esas estábamos cuando no sé por qué la presiento, la advierto y me la encuentro en un pasillo. Me sorprende con un abrazo tímido pero sincero, como si nos conociéramos desde antes. Luego casi sin preguntarle, me va platicando su historia, igual en su celda que frente a la máquina en el taller de costura donde hace estuches de tela acolchonados. ¿Para qué son? Para las mujeres que guardan pintura. ¿Cómo se llaman? Sí, de pinturas que mandan hacer. ¿A usted no le gustan? ¿Yo? ¡No! ¡Yo nunca me he pintado! estalla en una carcajada. Luego vendrían los silencios y, apenas asomadas, las lágrimas.


La han condenado a 21 años de prisión, ¿qué significa para usted? Yo ni sé, como que no puedo, pues no puedo creer… no sé que es. ¿Qué han sido estos dos años y medio, casi tres años de prisión? No entiendo, no sé contestar eso, no sé cómo digo. Usted ya está hablando español ahora, pero hace tres años sólo hablaba ñhä-ñhú otomí. Casi siempre habla otomí, pero hay palabras que no entiende bien.


—A ver, ¿qué piensa cuando está aquí a solas?, ¿puede creer lo que le ocurrió, usted entiende por qué la metieron a la cárcel?


—Como que no puedo creer, no puedo creer que cómo qué fue, pos como que no es realidad, como que es este, como que nada más un sueño, como que estoy aquí nada más por un sueño… nada más, porque no puedo creer… ahora me dicen de que sentencia, de que delito, mis compañeras y mi maestra.


—¿Secuestró usted a seis agentes armados de la AFI, de la PGR?


—Pues ellos la que me dicen… ellos la que me están poniendo ese delito, porque yo nunca la hice eso… y ni lo sé que es secuestro ni lo que me estaba acusando… yo no entendí nada.


—¿Qué paso entonces aquel 26 de marzo de 2006?


—Ese pues fue un día domingos… yo en mi trabajo me dedicaba, yo vendía mis aguas frescas en el tiangui… y ese día pues ya cada ocho yo… este, como toca tres veces la campana y ya la última cuando entro yo adentro a la iglesia… entré a misa, cuando salí pues escuché decía la gente que habían llegado unos señores a llevar los discos… entonces yo ni le hice caso, agarré y me senté en mi puesto… entonces ya, otro ratito, estaba yo esperando a mi esposo y no llegaba, llegó una de mis hijas y le dije compáñame a la farmacia porque a mí me da pena que me inyecten… así le dije y me compañó una de mis hijas, cuando ya veníamos de regreso venía un señor, que venía ahí con unas personas… y es que la que escuché que estaban hablando de los discos. —¿Los discos pirata?


—Sí, sí, yo de eso estaba escuchando, pero yo ni… luego salí en el periódico.


—¿Luego se la llevaron a Querétaro unas semanas después?


—No, lo del tiangui fue en marzo, lo de que me fueron a traer fue hasta agosto… pero yo no sabía quién eran, no más que muchos con armas por todos lados.


—¿Le dijeron por qué la detenían?


—Que porque iba a declarar por un árbol tumbado… luego ya en el juzgado me dijo que no’más iba a declarar… y ahí pues estaban hablando y todo… y hacían papeles… y me daban muchos papeles a firmar y yo firmé muchos papeles y ni sabía qué era porque no entendía… luego, ya en la noche, me trajeron a la cárcel y así estoy aquí.


—¿Cómo han sido estos casi tres años?


—Se me hizo bien largo, bien largo… ya de por sí estos años son muchos, ya he perdido tiempo, mucho tiempo para mis hijos, para mi familia, para mi casa.


Santiago Mexquititlán es un pueblo sosegado donde el sol sale tarde y la noche se acuesta temprano. Apenas tres mil habitantes y seis barrios ñhä-ñhú a dos horas eternas de la cárcel de Querétaro. Ahí están la paletería y heladería de la familia que encabeza Guillermo Francisco y la casa común donde en torno al cuadrado de un patio limpio y terroso se ha ido acomodando la familia con hijos y nietos. Luego en la plaza y a la sombra de la cruz de la pequeña iglesia, familiares y testigos me juran y perjuran que todo ocurrió como me lo ha dicho ella: llegaron los seis muy armados y sin uniforme a destruir y a robar; se acobardaron cuando el pueblo empezó a rodearlos; pidieron ayuda; sus jefes se comprometieron a reparar el daño con dinero; dejaron a uno en garantía; regresaron y pagaron. Pero se desquitaron cinco meses después con Jacinta, con Teresa y con Alberta, con quienes también hablé en la cárcel.


Al salir de Santiago me traigo a México muchas voces adentro del pellejo. Pero me desgarra el llanto de Estela, la hija, cuando me enseña los estandartes de las procesiones religiosas a que convocaba Jacinta que siempre andaba visitando enfermos y moribundos. Y cuando me muestra el jardín reseco porque me asegura que las plantas extrañan a su madre. Así que prefiero quedarme con la esperanza de Jacinta cuando me dice que sí, que cree en que Dios y la gente la ayuden para recuperar su libertad.


—¿Me va a invitar algo ahora que salga?


—Claro que sí, unos nopales bien sabrosos y, si alcanza, hasta pollo.


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El país desde abajo. Apuntes de mi gira por México (III), por Andrés Manuel López Obrador

Ciudad de México, 11 de marzo de 2009

Servicio informativo núm. 651


EL PAÍS DESDE ABAJO. APUNTES DE MI GIRA POR MÉXICO (III)

por Andrés Manuel López Obrador

(publicado en La Jornada el 11 de marzo de 2009)


Como expresé anteriormente, en el territorio mexicano predominan las zonas áridas y montañosas, aunque una buena parte es susceptible para la producción agrícola, ganadera y forestal. La gran diversidad de suelos y climas permite el cultivo de muchas especies; además, hay en la población una importante vocación productiva.


Sinaloa es el estado más agrícola de México, es donde hay más sistemas de riego, se usa tecnología moderna y agroquímicos en la siembra de frijol, maíz y hortalizas. Sonora es el principal productor de trigo. Tamaulipas de sorgo. Aunque también sobresalen, en cultivos de ciclo corto, Baja California, Jalisco y el Bajío. Es admirable lo que hacen, sin apoyo gubernamental, los campesinos pobres productores de frijol de Zacatecas, Durango, San Luis Potosí y Nayarit.


Más bien por cultura, para sobrevivir, para no emigrar, siguen sembrando, a pesar de que constantemente aumentan los precios de los insumos, en particular del fertilizante, que subió en un año hasta 300 por ciento, y de que les pagan cuatros pesos por kilo cuando se vende en 20 al consumidor. Este mismo amor a la tierra y al trabajo lo comparten los productores que cultivan, sobre todo, maíz en las comunidades campesinas e indígenas, en pequeñas propiedades y ejidos del centro, sur y sureste. La mayoría lo hace sin crédito, sin asistencia técnica y obtienen en promedio dos toneladas por hectárea, a diferencia de Sinaloa donde se cosechan hasta 10 toneladas por hectárea.


La amarga industria del azúcar


En el sureste es muy poco lo que se produce para el mercado, casi todo es para el autoconsumo y la economía familiar; es decir, se combina la agricultura con la crianza de animales de corral como gallinas, pavos y cerdos. Me detengo también en describir un poco la gran vocación productiva de los campesinos del Valle de México, incluyendo a Hidalgo, Puebla y Tlaxcala; estos últimos siempre se han parecido por su laboriosidad a los pobladores de China: trabajan hombres, mujeres y niños, desde muy temprano hasta que anochece, en pequeñas parcelas, donde siembran maíz, frijol y hortalizas, pero además, en los solares o patios tienen borregos, chivos o vacas, y dentro de la casa el telar; es la economía campesina familiar más integrada del país.


El café es un cultivo clave para el bienestar de muchas familias campesinas. Se produce en las zonas más pobres de México, donde vive la población indígena más marginada. Hablo de la Montaña de Guerrero, de Hidalgo, Puebla, Veracruz, Oaxaca y Chiapas. La calidad del café mexicano es de primera; tiene el aroma y la fortaleza que le da la altura donde se cosecha; es injusto e irresponsable que no haya un proyecto de fomento al cultivo y a la comercialización del café y que los habitantes de estas zonas cafetaleras, sobre todo los jóvenes, estén emigrando por falta de trabajo y bienestar. Estoy más que convencido de que debe aplicarse un subsidio directo al productor para mejorar las condiciones de vida de miles de familias campesinas y evitar una mayor descomposición social.


Aún con la tremenda crisis del campo, sigue en pie la industria azucarera. Aunque, como siempre, los dueños de los ingenios han sido apoyados por el gobierno, al grado que recientemente con el gobierno de Fox se expropiaron "inexplicablemente" 27 ingenios y el resultado fue que los empresarios ganaron los juicios y lograron que les devolvieran sus instalaciones. Este "ensayo" le costó al erario 13 mil millones de pesos. A pesar de todo, la producción de azúcar es muy importante, porque no sólo genera riqueza, sino que la distribuye. De esta actividad viven más de 400 mil familias. Donde hay un ingenio se ayudan los productores, los cortadores de caña, los trabajadores de la industria, mecánicos, choferes y el comercio de la región; por eso hay que evitar que se cierren, porque significaría más ruina y pobreza.


Vacas a 5 pesos kilo


Las plantaciones de frutas y de otros productos están extendidas por todo el territorio nacional. Se cultivan flores en el estado de México; nopales en Milpa Alta, Distrito Federal; agave en Jalisco y Guanajuato; manzanas en Cuauhtémoc, Chihuahua y en Puebla; la vid en Valle de Guadalupe, Baja California, así como en Sonora, Aguascalientes y Coahuila; la nuez en Durango, Coahuila, Chihuahua y Nuevo León; el aguacate en Tancítaro, Peribán y Uruapan, Michoacán; la guayaba en Zitácuaro y Benito Juárez, Michoacán, y en Calvillo, Aguascalientes; el limón en Colima; la naranja en Álamo, Veracruz, Nuevo León y Tamaulipas; el plátano en Teapa, Tabasco, Tapachula, Chiapas y San Rafael, Veracruz; el cacao en Tabasco; el melón en La Laguna; las piñas, en Loma Bonita, Oaxaca e Isla, Veracruz; el mango en Veracruz; la papaya en Chiapas; el coco en Guerrero; y recientemente, se han venido introduciendo nuevos cultivos como la palmera para la elaboración de aceites en Palenque, Chiapas, y se está sembrando para la exportación frambuesa en Jocotepec, Jalisco, y arándano en los Reyes, Michoacán.


La ganadería, sobre todo la crianza de bovinos, está en franca decadencia. Se ve poco ganado y muchos potreros abandonados. Hay miles de hectáreas de praderas amarillas, sin animales, en Chihuahua y Durango. Hay corrales de engorda en los estados del norte, pero no abundan. Un pequeño ganadero de San Bernardo, Durango, y esto me lo repitieron en Chihuahua, Sonora, Veracruz, Chiapas y Tabasco, me explicó con enojo que les pagaban las vacas en pie a 5 pesos el kilo y a 16 pesos el becerro, cuando todavía hace seis años recibían el doble.


Es inexplicable que una vaca de 400 kilos cueste dos mil pesos, que a los productores les paguen 5 pesos por kilo y la carne se venda al consumidor a 50 pesos el kilo. La ganadería es de las actividades más afectadas por las políticas de apertura comercial sin límites, que empezó a aplicarse desde 1983, porque se puso a competir a los productores nacionales con los extranjeros en condiciones de desigualdad. En Estados Unidos el productor de carne tiene un subsidio equivalente al 50 por ciento de su costo de producción, y hay países de Europa en donde al productor lo subsidian con dos dólares diarios por cabeza de ganado, mientras en México están abandonados a su suerte.


En cuanto a la crianza de cerdos, aunque la porcicultura también está afectada por la importación de carne, sigue habiendo actividad en Jalisco y Michoacán. De igual forma, la avicultura se concentra en Sonora, Jalisco y Puebla, aunque está extendida por todo el país. Es muy importante la apicultura en la península de Yucatán, aunque tampoco obtiene apoyo del gobierno. Hay miles de pequeños productores de chivos y borregos en Oaxaca, Puebla, Hidalgo y en otros estados de la República.


Sembrar un millón de cedros


Ahora que he vuelto a recorrer el país, insisto en que debe impulsarse la actividad forestal. Es triste constatar la devastación de los bosques de Durango; en poco tiempo, han arrasado con ellos, sin aprender a manejarlos de manera racional. Mantengo la idea de sembrar un millón de hectáreas de árboles maderables, sobre todo, cedro, en los estados de Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Campeche y Quintana Roo, con varios propósitos: crear empleos, arraigar a los jóvenes campesinos a la tierra, detener el fenómeno migratorio, reforestar y lograr la autosuficiencia en la producción de madera porque actualmente, estamos importando el 50 por ciento de la madera que consumimos. Estoy consciente que se trata de una actividad cuyos beneficios se dan a largo plazo, pero hay que hacerlo, porque es mucha su importancia económica, ecológica y social.


La pesca también es muy importante. Tenemos 11 mil 122 kilómetros de litorales; hay lagunas, ríos, arroyos y vasos de presas, que se utilizan para esta actividad. La contaminación ha provocado prácticamente la desaparición de la pesca de aguas interiores, no sólo por desechos industriales, sino también por la falta de tratamiento de las aguas negras. Es preocupante la sobreexplotación y la falta de fomento que están acabando con mojarras, robalo, sábalo, piguas, tortugas de agua dulce, manatíes, lagartos y prácticamente toda la fauna acuícola tropical. Lo mismo sucede con los animales de monte como el venado, tepescuintle, armadillo, jabalí, jaguar, puma y otros. Y están desapareciendo especies de pájaros y patos.


Algo que sí ha tenido éxito, y debemos reconocerlo, es la protección de la tortuga marina, ejemplo de que sí se podría llevar a cabo un programa de conservación de la gran variedad de especies que hay en el país. En el norte hoy se cuida más al venado, al borrego cimarrón, al tigre y al león, pero están de moda los llamados ranchos cinegéticos donde se permite la cacería de estos animales. En una ocasión, en San José de los Cabos me platicaron del ganado que a través del tiempo se fue remontando a la sierra y se volvió salvaje, y ahora son animales enormes y fieros que sólo se pueden cazar con armas de alto poder.


Hablando de la península de Baja California es menester decir que tanto en el Pacífico como en el Mar de Cortés, hay un gran potencial pesquero. Es importantísima la pesca de langosta y de abulón en Bahía de Tortugas. Allí mismo, en el Pacífico, llegan cada año ballenas desde Canadá, a las lagunas de Guerrero Negro y López Mateos. El mar de Cortés es un estero natural lleno de vida marina; en Mulegé es tanto el calamar que capturan que los pescadores se quejan de que les pagan a dos pesos el kilo.


Por la soberanía alimentaria


La zona pesquera del Pacífico, con base en Mazatlán, es la más importante del país: recientemente, en los límites de Nayarit y Sinaloa, encontraron un enorme banco de callo de hacha que ojalá lo exploten de manera racional. En el Golfo de México también hay mucha actividad pesquera, desde Tamaulipas hasta Quintana Roo, pasando por Alvarado, Veracruz, donde sus pobladores además de hablar con franqueza, son los pescadores que dominan toda la costa del Golfo hasta el río San Pedro, en los límites de Tabasco con Campeche. En la península de Yucatán, destaca Champotón, importante puerto pesquero, famoso por su camarón pequeñito y espléndido, lo mismo que Ceibaplaya, Campeche, Celestún, Sisal, Progreso, Dzilam de Bravo, San Felipe y Río Lagarto, en la cornisa de Yucatán, lugares pesqueros muy afectados por los huracanes y santuario natural de flamencos y zona de chivitas, un caracol exquisito.


En suma, estoy convencido de que México puede ser autosuficiente en la producción de todos los alimentos que consumimos. Es cosa de cambiar la política económica que tiene en el abandono al campo y a todas las actividades productivas, apostando a comprar en el exterior todo lo que necesitamos. El año pasado se destinaron 22 mil millones de dólares a comprar maíz, frijol, arroz, leche, carne de res, de cerdo, desechos de pollo y otros alimentos. Dinero que podría ser utilizado para rescatar al campo y reactivar la producción agropecuaria, forestal y pesquera, crear empleos y atemperar el fenómeno migratorio.


Es absurdo que estemos comprando alimentos y expulsando mano de obra. Pero lo más importante es tomar la decisión de lograr la soberanía alimentaria, lo demás es lo de menos. Consistiría en hacer una planeación por estados y por regiones, estimular la producción con precios justos, mediante subsidios donde se requiera, resolver problemas de almacenamiento, distribución y comercialización. Considero que no se necesita mucho dinero, es cosa de orientar adecuadamente lo que se tiene, evitando la corrupción y el despilfarro. Pero insisto: el Estado debe asumir su responsabilidad como rector de la economía para garantizar el regreso al campo y el bienestar de la gente.


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