La de Elvira Arellano es una imagen que nos devuelve la mirada hacia nosotros mismos, su historia es la de muchos nosotros, que en la búsqueda de empleo para cubrir nuestras necesidades básicas (alimentación, salud, vivienda, educación, etc.) y las de adentro (alma, respeto hacia nosotros mismos, vida digna), inician la búsqueda en la tierra de origen o cruzando fronteras.
La segunda opción se ha vuelto norma en este país, el cruce del umbral que nos convertirá en el extranjero, el inmigrante, “figura del odio y del otro, la cara oculta de nuestra identidad” (Kristeva, p. 9). Elvira, nacida en Michoacán, fue a Estados Unidos en busca de oportunidades, palabra hueca debido al uso indiscriminado que de ella hacen los gramáticos del poder; a la edad de 22 años cruzó por Mexicali, vivió en Washington y ahí nació su hijo Saúl, que ahora cuenta con 8 años de edad.
El extranjero que encarna al enemigo
El domingo pasado, Elvira fue deportada por aproximadamente 15 agentes federales estadunidenses por la garita de San Ysidro-Tijuana. Según declaraciones de Jim Haynes, director del Servicio de Inmigración y Aduanas de EU, Elvira Arellano fue repatriada con todas las garantías de seguridad. Enfatizó que ya había sido deportada en 1997, “reincidió al volver, un delito mayor que puede ser castigado hasta con 20 años de prisión”. Su deportación es un “mensaje para los indocumentados fugitivos, de que los vamos a seguir buscando”.
Elvira se refugió en la iglesia metodista ubicada en el barrio de Humboldt Park, desde el 15 de agosto de 2006, cuando no se presentó ante una corte federal luego de recibir una orden de deportación. La ahora deportada advierte que regresará con su familia a pesar de que el gobierno norteamericano le prohibió ingresar a su territorio durante los próximos 20 años.
El extranjero es un desollado bajo su caparazón de activista
En conferencia de prensa, en una casa de la delegación Otay en Tijuana, Elvira ofreció una conferencia de prensa en la que dijo que el gobierno de Estados Unidos se mostró “temeroso y maniatado” ante la realización de una marcha, a celebrarse el próximo 12 de septiembre en la ciudad de Washington, contra la política migratoria del gobierno de George Bush. Mencionó que su caso adquirió dimensiones inusitadas cuando contó con apoyo de los grupos de defensa de derechos humanos de los migrantes; que lo más importante es que el pueblo se levantó y no que ella regrese o no a Estados Unidos. Dijo que estaría contenta si su deportación sirve para que se unan líderes religiosos y sociales con el propósito de lograr la legalización de millones de personas. “México debe tener una posición fuerte, y no como en el TLC que ha afectado tanto a nuestro país, al que le hace falta una posición política más fuerte”, advirtió.
“Tengo vida y, mientras la tenga, también esperanza. Estoy contenta porque estoy en mi país, estoy libre, nadie me trata como criminal y tengo espíritu fuerte para seguir luchando hasta que haya una ley justa y humana para todos”.
Sangra de cuerpo y alma, humillado
No hay preámbulo en el segmento televisivo de “La verdad sea dicha”. Sólo aparece en pantalla la imagen de un joven de evidentes rasgos mexicanos, acentuados por su vestimenta: sombrero, camisa y chaleco ranchero oscuros. Habla en una reunión pública, se dirige a otros como él... para contar sobre su hermano...
Las vidas que nos han arrebatado ha sido a la mala, nos han arrebatado las vidas de compañeros a la mala, por eso decimos ¡ni una vida más! Con la desaparición de nuestros compañeros, cobra más vigencia su existencia; hay sillas en la mesa que no han sido ocupadas por cuerpos, hay platos que se quedaron, y hubo cuerpos que no probaron bocado.
Hoy es sábado y me he querido vestir así, ésta es la ropa que mi hermano comprara un día para su regreso a México. Días antes de su partida, la ropa quedó esperando porque mi hermano ya no regresó a los campos de Salinas, California.
Si está vivo, seguramente su cuerpo anda como el de un fantasma, como los cuerpos de mis primos, quienes se volvieron adictos a la cocaína para aguantar las jornadas de trabajo o para aguantar el jale —como decimos—; por eso un día mi padre le dijo al manager: “solamente te falta el látigo, compa”, y después de ese día lo suspendieron o lo descansaron del trabajo.
Somos muchos en la cosecha del brócoli, somos muchos en la cosecha de la fresa, somos muchos quienes lavamos trastes en los restaurantes, ya sea en Los Ángeles o en Santa Mónica, California.
Elvira Arellano en el recuerdo de Rosario Ibarra
La última voz de este concierto es la de doña Rosario, la infatigable Rosario Ibarra de Piedra, desde su sección periodística semanal de El Universal.
La medianoche era fría, aquella medianoche en que arribamos a Chicago, hace ya mucho tiempo. Fuimos a un acto en solidaridad con los compañeros puertorriqueños, para exigir la libertad de sus presos. Llamaba mi atención el ver tantos rostros que se me antojaban conocidos, rostros de rasgos de mi gente, de mi pueblo, de las razas que llenan el suelo de ese trozo de la Tierra que llamamos patria, pero que, acosados por la miseria, cruzan la frontera norte y buscan el ansiado empleo que por acá les es negado.
Conocía las historias del éxodo por pláticas con amigos de Monterrey, que habían visto partir a hijos y hermanos, a hombres que dejaban a la familia entera y que soñaban con poder enviarles el sustento que en su tierra no podían obtener. Hace poco tuve una muestra más del sufrimiento de los nuestros allende la frontera. Al Senado de la República llegó un niño de escasos ocho o nueve años, en busca de apoyo para su madre. Saúl, Saulito, como le llaman sus amigos mexicanos que lo trajeron a esta tierra que es la de su señora madre, Elvira Arellano, que entonces supe que trabajaba en el aeropuerto aquel de la media noche fría, muy fría, en la que llegué para ir a un acto en solidaridad con compañeros de Puerto Rico que el gobierno de Estados Unidos mantenía presos...
Elvira Arellano estuvo refugiada más de un año en una iglesia de Chicago y viajó a Los Ángeles como parte de su campaña para demandar una reforma migratoria. Tenía pensado ir a Washington pero... (¡cuánta celeridad, qué gran presteza!). Tal pareciera que la seguían minuto a minuto sin perderla de vista, porque agentes de la Oficina de Inmigración y Cumplimiento Aduanal la detuvieron y, ni tardos ni perezosos, la deportaron. El que se vio lento (como siempre en estos casos) fue el gobierno mexicano, que adujo que lamentó “la celeridad con la que Washington instrumentó la deportación” y (¡oh cinismo!)... demanda explicación, porque el caso “podría tener implicaciones sobre los derechos humanos de la connacional”, ya que fue obligada a separarse de su hijo nacido en ese país.
¡Hipócritas! ¡Mendaces! Nada les importa la suerte de Elvira Arellano separada de su hijo, ni la de todas las “Elviras” de este dolorido pueblo, que sufren allá o acá. Sí les importan y mucho las deportaciones masivas de hermanos centroamericanos que llegan a Chiapas o a Tabasco. Tan sólo en una semana han apiñado en autobuses a más de 2 mil 500 ciudadanos de esos países... Aquí también saben deportar con celeridad... tenemos pruebas.
El trato que se da en el país vecino a muchos mexicanos no parece importarles a los gobiernos. Hace tiempo denunciamos cómo en una enorme huerta de naranjos en California fueron empleados muchos compatriotas “indocumentados” —según las autoridades—. El dueño sabía que entraron al país sin los papeles requeridos y les dio empleo a todos. Contaron ellos que les decía que se protegieran de las fumigaciones y los pobres hombres trataban de cubrirse con lo que encontraran, pero era pretexto para mantenerlos ocultos hasta que terminaban la recolección de la naranja.
En cuanto esto sucedía, los denunciaba a “la migra” y ésta los echaba fuera sin que les hubiera pagado por su trabajo, el moderno esclavista californiano... Injusticia y crueldad a ambos lados de la frontera; gobiernos de tácticas gemelas y acciones similares. Por eso, desde este espacio, rindo homenaje de respeto y admiración a quienes luchan contra tamaña injusticia, y un ejemplo maravilloso de ello es... Elvira Arellano.
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